Oigo una y otra vez a nuestros principales conciudadanos lamentarse, ya de la infecundidad de los campos, ya del rigor del clima, que viene perjudicando hace tiempo a los frutos; y a algunos los oigo suavizar estas quejas con lo que ellos tienen por razón fundada, pues creen que no puede la tierra, cansada y agotada por la excesiva fertilidad de antaño, proveer de alimento a los mortales con su antigua liberalidad. Yo estoy cierto, Publio Silvino, de que tales consideraciones distan mucho de la verdad, porque ni está bien pensar que la Naturaleza, dotada de fecundidad perpetua por aquel primer Creador del mundo, padezca esterilidad como si de una dolencia se tratara, ni es de gente con juicio creer que la Tierra, a la que cupo en suerte mocedad divina y eterna, y que ha sido llamada "madre común de todas las cosas" (pues siempre ha producido ella todo, y así seguirá haciéndolo), haya envejecido como una persona. Por lo demás, tampoco creo que esas dificultades se nos presenten por violencia del clima, sino más bien por culpa nuestra; y es que a diferencia de nuestros antepasados, los mejores de los cuales la ejercieron inmejorablemente, nosotros hemos entregado la labranza a los peores esclavos como al castigo del verdugo.
Y no puedo yo extrañarme bastante de que, mientras los ansiosos de expresarse bien eligen un orador con el fin de imitar su elocuencia, mientras los que escrutan medidas y números siguen a un maestro de la materia elegida, mientras los entregados al estudio del baile y la música buscan con gran exigencia un experto modulador de la dicción y del canto así como quien les instruya en el movimiento del cuerpo, o mientras quienes quieren levantar una casa llaman a obreros y arquitectos, y a diestros timoneles quienes confían al mar sus barcos, y a duchos en armas y soldados los que urden guerras,y -por no citar todas las cosas una a una-mientras cualquiera echa mano del guía más preparado para la actividad que quiere emprender, mientras cada uno, en fin, se procura de entre el círculo de los sabios al educador de su carácter y preceptor de su conducta, mientras todo esto es así, sólo la labranza -que sin duda está cerca de la sabiduría, y aún diríamos que es hermana suya- anda necesitada tanto de aprendices como de maestros.
*Prefacio de Res rustica(La Labranza) de Lucio Junio Moderato Columela.
(Introducción, traducción y notas de José Ignacio García Armendáriz para la editorial Gredos)
La Trilogía Magistral de los Tratados de Agronomía
Y no puedo yo extrañarme bastante de que, mientras los ansiosos de expresarse bien eligen un orador con el fin de imitar su elocuencia, mientras los que escrutan medidas y números siguen a un maestro de la materia elegida, mientras los entregados al estudio del baile y la música buscan con gran exigencia un experto modulador de la dicción y del canto así como quien les instruya en el movimiento del cuerpo, o mientras quienes quieren levantar una casa llaman a obreros y arquitectos, y a diestros timoneles quienes confían al mar sus barcos, y a duchos en armas y soldados los que urden guerras,y -por no citar todas las cosas una a una-mientras cualquiera echa mano del guía más preparado para la actividad que quiere emprender, mientras cada uno, en fin, se procura de entre el círculo de los sabios al educador de su carácter y preceptor de su conducta, mientras todo esto es así, sólo la labranza -que sin duda está cerca de la sabiduría, y aún diríamos que es hermana suya- anda necesitada tanto de aprendices como de maestros.
*Prefacio de Res rustica(La Labranza) de Lucio Junio Moderato Columela.
(Introducción, traducción y notas de José Ignacio García Armendáriz para la editorial Gredos)
La Trilogía Magistral de los Tratados de Agronomía